¿Por qué nos involucramos en las Misiones?

Eleazar Martínez

Navegando en la red, me encontré con un artículo que llamó mi atención, ¿Qué rasgo es prueba de la humanización? De manera automática, casi de forma en que responde un ordenador, surgieron las respuestas: el uso de herramientas, manejo del fuego.

Al tener una respuesta, la intención fue seguir de largo, pero quizá la vanidad de comprobar la precisión del conocimiento me hizo leer el artículo. La respuesta fue inimaginable: ¡una pierna rota! ¿Acaso no se han encontrado fósiles humanos con huesos fracturados? Sí, pero este tejido se había regenerado por completo, esto implica que el lesionado tuvo asistencia por otro u otros  quienes al asumir y cubrir sus necesidades, le permitieron las condiciones y el tiempo para su total recuperación.

Es verdad que hay en la naturaleza manifestaciones de apoyo entre animales de la misma especie, incluso ayuda entre especies distintas; así que el hecho en primera instancia podría hacernos pensar que se realizó un instinto natural, pero atender por un tiempo prolongado a un igual, en un periodo en que la inmovilidad era una peligrosa estrategia, implica un ejercicio de reconocimiento del otro, se toma conciencia de sus necesidades y sufrimiento; comprender que es semejante a mí, el cual está en búsqueda de desarrollar su vida de la mejor forma posible, por ello más que una respuesta a un sentimiento es tomar conciencia que cierta imposibilidad causa dolor y sufrimiento; quizá sería la forma primitiva de la postura kantiana “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.”

Hemos de distinguir el concepto de humanidad en el sentido de desarrollo pleno de la persona, no como sinónimo de “especie humana”, sino que se implica el ejercicio de la razón: el reconocimiento de sí como individuo, que al mismo tiempo se configura en el otro; por ello al asistir las necesidades de los que lo rodean se busca mejorar sus condiciones de vida, no como un mecenas que provee a manos llenas, de lo contrario se reduciría a un asistencialismo y en el beneficiario se despertará una actitud de dependencia.

 Quien busca el bien de los otros le presenta oportunidades para superar las limitaciones con las que mejora sus condiciones de vida y con quienes  convive. Con estas acciones cabe la posibilidad que surja la gratitud y la moción para ser solidario con otras personas con mayores penurias,  siempre habrá quien necesite de nosotros; las carestías no solo son materiales, todos tenemos algo qué ofrecer, cualidades, atención o tiempo.

Por ello, ante la pregunta ¿Por qué nos involucramos en las misiones? Cabe la posibilidad de ver en esos espacios una oportunidad de desarrollar nuestro sentido solidario, el desarrollo de nuestra humanidad; saberse integrante de una sociedad que me permite cubrir mis necesidades y ello me hace reflexionar sobre ¿Qué ofrezco a los demás?, ¿Cómo beneficio a los que me rodean?

En estas experiencias se puede lograr un autoconocimiento, solo en la interacción e intersubjetividad se pueden conocer cualidades que muchas veces son desconocidas por nosotros mismos.

Por otra parte, participamos de estas actividades porque nos reconocemos como parte de una Comunidad responsable, no solo de sus integrantes sino de todos los que nos rodean ya que el alcance es universal.

La ayuda que se brinda no ha de reducirse a la limosna o a la dádiva sino a la donación auténtica en el encuentro con nuestro prójimo, en la búsqueda de lo más sagrado: la dignidad de la persona; pues a través de ello es posible materializar la justicia, al mismo tiempo se tiene la experiencia de la trascendencia, y se es testigo que son posibles los milagros, pues, para el Amor nada es imposible.

 

INDIVISA MANENT